Ciencia de lo cotidiano
La ciencia
tiene sus orígenes en la curiosidad del hombre ante lo que lo rodea, en su
necesidad por encontrar una explicación racional a los fenómenos que observa.
Esta curiosidad ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia y se
repite en cada uno de nosotros desde nuestra infancia. Los niños preguntan
continuamente el por qué de las cosas. En su mente se van generando ideas que
intentan explicar el mundo que nos rodea. A través de las observaciones, de las
informaciones recibidas y de las explicaciones elaboradas el alumno construye
su propio conocimiento.
Por otra
parte, esa misma curiosidad provoca que la actitud de los niños y los jóvenes
hacia cuestiones, hoy en día cotidianas, relativas a la ciencia sea en
principio favorable.
No
obstante, cuando el conocimiento académico en ciencias del alumno comienza a
desarrollarse, aparecen diversas contradicciones. Por un lado el conocimiento
académico impartido se encuentra habitualmente alejado de lo cotidiano, con lo
que la escuela no da respuesta a las cuestiones que habían incitado la
curiosidad inicial. Por otro, la actitud favorable por parte de los alumnos
hacia las ciencias no se mantiene a lo largo de la enseñanza, decrece,
influyendo de forma negativa en el aprendizaje de las ciencias. Cuando lo que enseñamos
está muy alejado de las expectativas de los alumnos, estos tendrán la impresión
de no aprender. Por otra parte si lo que se aprende no es útil, carece de sentido,
se olvida fácilmente. Todos los modelos actuales para la enseñanza de la
ciencia están de acuerdo en que una de las características que definen el
interés por un contenido o una tarea es el grado de aplicabilidad y utilidad
percibido por el alumno.
¿Cómo puede
la práctica docente dar respuesta a estos problemas? Entre las propuestas se
encuentran: realización de actividades que pongan de manifiesto las relaciones
entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, de actividades que pongan de
manifiesto aspectos cotidianos de la ciencia, de trabajos prácticos, de ciencia
recreativa, uso de las nuevas tecnologías, empleo de analogías de modelos y de
simulaciones y una metodología que implique la participación del alumno.
Si bien los
temarios de ciencias o determinadas prácticas docentes apagan la curiosidad de
los alumnos, debemos pensar en la manera de fomentarla porque en definitiva
esta curiosidad, que ha sido y es el motor del avance en el conocimiento, puede
ser lo que mantenga el interés de los alumnos por las ciencias. Como docentes
podemos, en primer lugar, mantener la curiosidad por lo cercano si tenemos
presente lo cotidiano en el aula y en segundo lugar, y solo después de lo
anterior, fomentar la curiosidad por lo desconocido. No olvidemos que las bases
del constructivismo se asientan sobre lo que ya sabe el alumno y el
conocimiento del alumno es en primer lugar el conocimiento de lo cotidiano. Por
otra parte, es frecuente que los alumnos no establezcan conexiones entre el
pensamiento científico y el cotidiano. Estos dos dominios del conocimiento
permanecen aislados de modo que las concepciones científicas no se usan para
resolver los problemas con los que pueden encontrarse los alumnos en contextos
diferentes al académico. Introduciendo elementos cotidianos en nuestras clases,
el alumno tomara conciencia de que existen diferentes formas de analizar la
realidad, la cotidiana y la científica, que éstas no se contradicen sino que se
complementan, y que es posible la transferencia entre ambos dominios.
No debemos
considerar que recurrir a cuestiones familiares para los alumnos disminuye la
credibilidad o el rigor científico. Estas cuestiones no son incompatibles sino
complementarias.
Fernanda Gasso
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